La ciudad de Carmona se ubica sobre una inexpugnable meseta a cuyos pies se extienden fértiles tierras del valle del Guadalquivir, situación inmejorable para el asentamiento de un núcleo de población ininterrumpido desde la Prehistoria hasta nuestros días, guardando innumerables testimonios de épocas pasadas.
Bajo el dominio romano Carmona consigue un gran esplendor social y sus huellas llegan a todas partes, siendo el recinto funerario, el Anfiteatro o la Puerta de Sevilla algunas de sus manifestaciones principales. Fuera del recinto amurallado queda un sector importante de la Necrópolis romana junto a otros testimonios adicionales como son las canteras de extracción de piedras para la construcción, los alfares o el Anfiteatro para espectáculos públicos.
El descubrimiento de la Necrópolis se produjo de forma fortuita entre 1868 y 1869 en trabajos de allanamiento del llamado Camino del Quemadero, a partir del cual comienza un tiempo de expolio por parte de aficionados y dueños de los terrenos para vender las piezas extraídas a coleccionistas. Esta situación acabó en 1881 cuando Juan Fernández López y Jorge Bonsor iniciaron un proyecto científico que comenzó con la compra de los terrenos y continuó con la creación de la Sociedad de Carmona y del Museo de la Necrópolis, junto con un recorrido en 1885 que permitía el acceso a los visitantes. Durante estos años se excavaron un gran número de tumbas, al tiempo que se crean las primeras publicaciones monográficas sobre el yacimiento.
A partir del año 1930, y con la cesión de la Necrópolis al Estado, se abre una nueva etapa que da lugar a la reanudación de las excavaciones arqueológicas en la zona del Anfiteatro, zona hasta entonces por descubrir, y que sacan a la luz nuevas estructuras funerarias estudiadas bajo la dirección de Concepción Fernández.
El uso de esta Necrópolis se sitúa en torno a los siglos I y II, siendo el ritual de enterramiento más frecuente el de la incineración: Los cuerpos se incineraban en quemaderos abiertos en la roca donde se colocaba la pira; a veces los quemaderos se usaban también como enterramientos, dejando las cenizas en la fosa que se tapaba con piedras, y cubiertos de tierra se colocaba en ellos una estela para indicar el lugar y nombre del difunto. El mausoleo colectivo, formado por una cámara subterránea de carácter familiar y al cual se accede a través de un pozo escalonado, es el tipo de enterramiento más generalizado en esta Necrópolis.
Bien de Interés Cultural desde el año 1931, esta Necrópolis, que cuenta con un Museo y Centro de Interpretación dentro de su propio recinto, constituye uno de los yacimientos de la Península que conserva mayor número de pinturas, existiendo además diversas tumbas que destacan por su singularidad, como las llamadas Tumba de Servilia o la Tumba del Elefante.
Foto: Carlos Ruiz Serrano.-
Bibliografía:
*Conjunto Arqueológico de Carmona. Junta de Andalucía, en: juntadeandalucia.es